Mi esposa murió hace cinco años. Estuvimos casados durante 42 años. Cuando falleció, me sentí muy sólo y no sabía qué hacer con mi vida. El año en que murió, asistí a la fiesta anual del Centro San Rafael de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, para ver de qué se trataba. Mientras caminaba por el Centro, una señora me preguntó si quería ser voluntario. Le contesté que no, pero me quedé con el formulario que me había entregado.
Cuando volví a casa, decidí rellenarlo. Ya ni me acordaba cuando recibí una carta con la que me invitaban a una entrevista. Me entrevistaron un miembro del personal y dos usuarios de los servicios. Ahora soy voluntario de una de las unidades.
Mi preocupación era si les gustaría yo a ellos, ¡y ellos a mí! Me pregunté si hacía bien, si era la cosa justa para mí. Sin embargo, los usuarios de los servicios me acogieron y me dieron la bienvenida, uno de ellos me preguntó cómo me llamaba y me dio la mano. Era un hombre muy amable y cordial y ahora somos buenos amigos.
Sigo siendo voluntario y me encanta lo que hago. Mi decisión de ser voluntario y la hospitalidad que me muestran tanto los miembros del personal como los usuarios me han ayudado a seguir adelante en esta vida.