Conocí a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios en 1995, gracias a mi primo, que entonces era postulante. Me enviaba todos los folletos y publicaciones sobre San Juan de Dios y sobre la Orden. Tras un año de servicio en mi parroquia, entré en la Orden con 17 años y emití los primeros votos en el año 2000. 

 

Con la gracia de Dios, pude hacer mi Profesión Solemne cinco años después, en 2005. Los Hermanos confiaron en mí y me pusieron a cargo del ministerio tanto de nuestro Policlínico como de las Escuelas Especiales. No eran tareas fáciles, porque requerían dedicación y perseverancia. En mi trabajo cotidiano, me he sentido presionado por la naturaleza misma del trabajo, pero pude conquistar ese problema y superarlo con la ayuda de los miembros de mi comunidad y, por supuesto, gracias a mi vida de oración. 

 

El servicio a las personas enfermas o con necesidades especiales también es un gran desafío, que requiere un corazón muy grande y compasivo. Como Hermano de San Juan de Dios, es mi deber ser un ejemplo para nuestros Colaboradores y pacientes por mi forma de vivir el espíritu de la Hospitalidad. A pesar de la naturaleza del trabajo, que es agotador y exige mucho, siempre siento felicidad y alegría al servir a los enfermos. Siempre mantengo en mi corazón lo que solía decir Juan de Dios: «Hermanos, haceos bien a vosotros mismos haciendo el bien a los demás«.

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